Cuentos de fantasmas by Varios Autores

Cuentos de fantasmas by Varios Autores

autor:Varios Autores [Varios]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Oxford University Press España
publicado: 2017-11-14T23:00:00+00:00


EL GUARDAVÍA

Charles Dickens

—¡Hola! ¡El de ahí abajo! —grité.

Cuando oyó la voz que le llamaba de aquel modo, el hombre estaba de pie junto a la puerta de su caseta, y llevaba en la mano un banderín enrollado en un palo corto.

Teniendo en cuenta la naturaleza del terreno, cualquiera hubiese pensado que no cabía duda alguna sobre la procedencia de mi voz. Pero, en lugar de mirar hacia arriba, donde yo me encontraba, en lo alto de un empinado corte situado justo sobre su cabeza, el hombre se volvió y miró en dirección a la vía.

Había algo peculiar en su manera de hacerlo, aunque me habría costado explicar en qué consistía exactamente. Pero era lo bastante peculiar como para llamarme la atención, pese a que desde donde yo estaba su figura se veía empequeñecida y en sombra, allá abajo en la profunda zanja, y a que yo estaba muy por encima de él, bañado por el fuerte resplandor del sol, que me había obligado a protegerme los ojos con una mano para poder verle.

—¡Hola! ¡El de ahí abajo! —repetí.

Dejó entonces de mirar la vía, dio media vuelta y, al alzar los ojos, consiguió verme.

—¿Hay algún sendero para bajar y hablar con usted? —le pregunté.

Me miró en silencio y yo le devolví la mirada. No quería agobiarle demasiado pronto con la repetición de mi pregunta.

Justo en ese instante se produjo una vaga vibración en la tierra y en el aire, que pronto se convirtió en un violento latido y luego en una poderosa embestida que me obligó a retroceder, por miedo a ser arrastrado hacia abajo.

Cuando se disipó la nube de humo que había llegado a mi altura, volví a mirar hacia el hombre y vi que enrollaba de nuevo el banderín que había extendido al paso del tren.

Entonces repetí la pregunta. Tras una pausa, en la que pareció estudiarme con atención, señaló con el banderín enrollado un punto situado a mi nivel, a unas doscientas o trescientas yardas de distancia.

—¡Entendido! —le grité, y me dirigí hacia aquel lugar.

Allí, a fuerza de mirar con cuidado a mi alrededor, encontré un tosco sendero, que descendía en zigzag y en el que había unos escalones rudimentarios.

El corte era muy profundo y demasiado escarpado. Había sido tallado en una roca viscosa, que se volvía más húmeda y rezumante a medida que bajaba. Por esa razón el sendero se me hizo bastante largo, y tuve tiempo para recordar el aire peculiar, mezcla de desgana y perplejidad, con que el guardavía me lo había señalado.

Cuando hube descendido lo suficiente, observé que él estaba de pie entre los raíles por los que acababa de pasar el tren, en actitud de espera. ­Tenía la mano izquierda bajo la barbilla, el codo izquierdo descansando en la mano derecha y el brazo derecho cruzado sobre el pecho. Parecía tan expectante y atento a mis movimientos que por un instante me detuve, extrañado, antes de reanudar el descenso.

Al llegar a la altura de la vía y acercarme más a él, vi que era un hombre de aspecto adusto32, moreno, de barba oscura y cejas un tanto pobladas.



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